martes, 29 de mayo de 2012

KAMILA SHAMSIE





Nació en Pakistán, en Karachi, en 1973. En 1999 recibió el Literary Award pakistaní. Vive en Londres. Sus libros fueron traducidos y publicados en Italia: Salt and saffron y Kartografia. Su tercera novela In the City, by the Sea todavía no ha sido publicada en italiano. Shamsie es una nueva voz en el panorama literario del subcontinente indio. Las suyas son historias urbanas en las cuales un mundo más glamoroso y expuesto, aquel de la gran metrópoli Karachi, se ve obligado a encontrarse y enfrentarse con la tradición y con el pasado. Sus historias cuentan un mundo mágico e inmóvil que aterra y nos vuelve melancólicos, siempre a través de una mirada atenta a las emociones y a los sentimientos.





Kamila Shamsie estudió escritura creativa en la Universidad de Massachusetts, donde comenzó a escribir su primera novela.
Shamsie logró un gran éxito con Kartografía, su tercer libro, con el que ganó el Premio Patras Bukhari. Con Sombras quemadas llegó a ser finalista del prestigioso Premio Orange.






SOMBRAS QUEMADAS







Quinta novela de la escritora pakistaní Kamila Shamsie, Sombras quemadas ha marcado un punto de inflexión en el conjunto de su obra. Tanto críticos como escritores han elogiado su prosa viva y su formidable visión de los acontecimientos históricos. A lo largo de seis décadas —desde Japón en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial y la India al borde de la partición, hasta Pakistán en la década de los ochenta, Nueva York tras el 11-S y Afganistán durante los bombardeos subsiguientes al atentado—, las historias comunes a dos familias convergen hacia un destino común.

Y en el centro del relato, un personaje exquisitamente delineado: Hiroko Tanaka, una joven maestra empleada en una fábrica de munición en Nagasaki que aguarda con impaciencia el final de la contienda para casarse con el joven alemán Konrad Weiss. Una mañana de agosto de 1945, en apenas unos segundos, una cegadora explosión de luz y fuego destruye todo lo que ha conocido y amado. Como único recuerdo de su pasado, conservará el contorno de los pájaros de su kimono de seda que la radiación ha marcado en su espalda para siempre. Hiroko huirá muy lejos, y cuando el amor vuelva a surgir en su vida, deberá hacer frente a múltiples y dolorosos desafíos.





Por José Cruz Cabrerizo, lunes, 02 de mayo de 2011

Hiroko Tanaka no es más que una maestra de 21 años que viene obligada a trabajar en una fábrica de armamento de Nagasaki. Estamos en agosto de 1945, es la prometida de Konrad Weiss, un joven acaudalado alemán con el que piensa casarse al finalizar la guerra, y al que ahora nadie quiere cruzarse ni siquiera por la calle porque a partir de la rendición de su país se ha convertido en un traidor. La segunda “bomba nueva” es lanzada sobre la confiada Nagasaki. A partir de ese momento, Hiroko es una “hibakusha” que ha perdido a su prometido, a su padre, a su mundo. Por efecto de la radiación, los tres pájaros que luce el kimono que lleva puesto le quedan grabados como callosidades en la espalda, sello indeleble de la tragedia, las sombras quemadas.

Sombras quemadas es uno de esos libros que permanecerán por mucho tiempo en la memoria del lector, una novela llamada a hacer historia en su enciclopedia personal. También se podría decir de ella que es una novela histórica. No porque tenga pretensiones de serlo, sino porque las tres claves de la historia personal de Hiroko repartidas en las tres partes de esta novela vienen de la mano de tres hechos históricos cada uno de los cuales supone una ruptura en su vida: bomba en Nagasaki, partición de la India y Pakistán, y el 11-S. Hablo de ruptura, y no solo emocional, sino además física: aparte de la dosis radiactiva que marca sus fallidas maternidades iniciales, cada uno de esos acontecimientos es un empujón en la diáspora que la lleva desde Nagasaki a Delhi, luego a Turquía con su marido musulmán indio para salvar el cuello, después a Pakistán, y finalmente a Nueva York.

Quizá esa apariencia “glamourosa” de mundanidad le induzca a pensar que tratándose de una simple maestra sin posibles, condenada a un mundo estrecho, Shamsie ha tenido que meter demasiada ficción, exceso de cartón piedra, o recurrir a lo grotesco-rocambolesco... Qué le vamos a hacer si somos así: queremos ficción pero que parezca realidad. Pues por ese particular no tema, porque la novela no se descose por ningún sitio. Cada cosa que pasa sucede por algo, y tiene su efecto perfectamente calculado y ajustado dentro de lo razonable. La autora ha colocado a Hiroko bajo el “protectorado” del matrimonio Burton (ella, Elisabeth es la hermanastra del fallecido Konrad). El resto de su vida ese protectorado del que hablamos facilita la vida económica de Hiroko, tanto en su soltería como después, cuando se casa con Sajjad, aspirante a abogado que actúa como pasante (o chico de los recados, según se mire) al servicio del esposo Burton. Por ejemplo un collar que Elisabeth regala a Hiroko les sirve para comprar su casa en un barrio de empleados medios en Karachi.

Uno se encuentra, no leyendo una novela, sino viviendo una novela en tres partes, o viviendo tres novelas diferentes cuyos detonantes ya he citado
Ningún cabo suelto. De la consistencia marmórea de cada situación, a la nitidez casi humana de sus personajes. Para ello recurre a recuperar cíclicamente (más o menos, en función del servicio que presta a la historia) a cada personaje al que va construyendo por fases. En una de esas “recuperaciones” el personaje puede recibir una sola pincelada, pero eso hace que no nos olvidemos, que en todo momento los tengamos tan presentes a todos como a un familiar o a un vecino al que hemos visto esta mañana, o sea, que la narración avanza, pero sin que perdamos la perspectiva de lo que ha pasado unas pocas páginas antes, ni de la globalidad, porque toda obra literaria se compone de personas a las que les pasan cosas.

Igual mi explicación es poco efectiva en términos de rendimiento. Pero si no se ha enterado de nada de lo que he dicho antes mire esto: uno se encuentra, no leyendo una novela, sino viviendo una novela en tres partes, o viviendo tres novelas diferentes cuyos detonantes ya he citado.

La primera parte/novela “El mundo aún inconsciente: Nagasaki, 9 de agosto de 1945” es la de la Hiroko del dolor profundísimo y sereno, pero llena de entereza. Comparte con la segunda parte/novela (“Pájaros ocultos: Delhi, 1947”) la prosa en la que a veces se descubre alguna metáfora, cierta consistencia poética. Esta segunda es ya la del abandono de la vida anterior (más bien de sus cenizas) y la reconstrucción lenta y progresiva de una Hiroko que jamás ha dado muestras de debilidad, de autocompasión, sino de querer tirar adelante con una sencillez aterciopelada, pero que sin embargo se ancla en casa de los Burton como un pariente incómodo al principio. Es esta la parte más “oriental” de la novela porque los mínimos detalles están cuidados, lo que incluye a las microscópicas miserias y mezquindades. Pero también los pequeños gestos construyen el fresco de esta convivencia. Asistimos a altibajos cuidadosamente calculados, tensiones límite, a un clímax inimaginable, y a la descomposición de un hogar (el de los Burton, con quienes convive Hiroko en una indefinición temporal en cuanto a su permanencia) reflejo del desmantelamiento del imperio británico. Cuando va a llegar lo de la segregación de Pakistán y el baño de sangre, Hiroko es una mujer casada con el segundo amor de su vida y único compañero fiel hasta la muerte, el citado Sajjad.

La parte final “La rapidez necesaria para compensar la pérdida: Nueva York, Afganistán, 2001-2002”, es la novela de acción, el thriller político, el bloque más doloroso y amargo porque vemos que, como para el resto del mundo, para Hiroko tampoco hay tregua. Los norteamericanos destruyeron su mundo “para salvar muchas vidas de americanos”, pero ella termina viviendo en Nueva York, y su hijo (aunque la madre lo sospechaba pero no lo sabía) ha servido a los sucios intereses de esta nación cuyo sistema lo va a triturar entre sus engranajes. El hombre sigue siendo un lobo para el hombre, y el círculo se cierra.



La novela no cae en el maniqueísmo de norteamericanos malos, los otros buenos. Lo que pasa es que tiene una habilidad quirúrgica para incomodar, para abrir las carnes del lector y demostrar que todos tenemos lo mismo en el mismo sitio
 
Ciertamente la tercera es la parte más contundente. Mire este ejemplo: una ciudadana norteamericana con la sensibilidad a flor de piel porque estamos ya en la era post Twin Towers, perfectamente educada por su gobierno para cumplir con su deber y que dios siga bendiciendo a Norte/América pero que está a años luz de ser una fundamentalista WASP (White AngloSaxon Protestant), se incomoda porque una furgoneta de afganos, supuestamente, atropelle un montón de ositos de peluche caídos de un camión accidentado en una autopista de Nueva York. A esa misma mujer le parece que liberar Afganistán de los rusos debió ser una tarea dura para los afganos (a buen entendedor… la atmósfera induce a pensar que siente una agradecida admiración). Pero ya si le mientan que su país tiene la culpa de haber nutrido la bestia talibán, y de alimentar cualquier guerra en el mundo fuera de su territorio, eso no le hace tanta gracia (p. 357 y anteriores). Usted tiene que saber de qué le estoy hablando: no de lo de “un hombre que muere es una desgracia, cuando cien hombres mueren es una estadística”, sino del sentimiento congénito a cualquier ser humano independientemente del lugar del mundo en donde haya nacido, de que “mis muertos valen más que los tuyos porque son de aquí”.

En el vasto panorama de la Segunda Guerra Mundial, ¿qué eran setenta y cinco mil japoneses muertos? Algo que podía aceptarse sin llevarse las manos a la cabeza. En el panorama general de las actuales amenazas a este país, ¿qué es un afgano? Un ser prescindible. Quizá sea culpable, quizá no. ¿Para qué arriesgarse?

Pero no hay de qué preocuparse, porque la novela no cae en el maniqueísmo de norteamericanos malos, los otros buenos. Lo que pasa es que tiene una habilidad quirúrgica para incomodar, para abrir las carnes del lector y demostrar que todos tenemos lo mismo en el mismo sitio. Un talibán es un asesino real o potencial. El norteamericano medio es un asesino mental que justifica lo que su gobierno hace, y que vive en un disneyland intelectual (da igual del signo que sea el gobierno, yes, we can), y ninguno de los dos, yo que escribo y usted que lee, somos mejores que los dos anteriores. Cualquier ser humano es tan inhumano como le permite el calibre del arma que tiene, y los norteamericanos la tienen más grande. Simplemente es por eso por lo que salen peor tratados.

Una leyenda que transita por la novela es la de que cuando Mahoma huye de sus perseguidores (no lo dice pero se supone que es el 622 d.c., año de la Hégira), se refugia en una cueva. Una araña teje una tela tan densa en la entrada que los perseguidores piensan que nadie ha pasado por allí en años, y Mahoma se libra. Tengo la impresión de que Hiroko Tanaka, maestra del perdón, es como esa araña.



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